Rafael Peralta Romero
Una  sala del Teatro Nacional  – que es templo nacional del arte- fue
convertida en  otro tipo de  templo –una capilla, tal vez-  donde al menos por una hora se  logró palpar la presencia  del Espíritu Santo  para recordar a una mujer, a una artista,
digna de recordación  y aprecio perpetuo.
“Una dama que hizo por muchos
años vida activa en nuestra cultura, como lo fue ella, merece todo el
reconocimiento a que se hizo acreedora”. 
Esas palabras  corresponden a José
Rafael Lantigua   en el  envidiable artículo “Una dama como ella no
puede irse así, en silencio”, publicado en Diario Libre.  Murió el 27 de octubre, a los 87 años.
En la sala que lleva su nombre, Aída
Bonnelly de Díaz,  destinada  habitualmente al arte y  el discurrir de la palabra, no precisamente
sagrada,  tuvo lugar la celebración
durante la cual  el  área fue cubierta por una atmósfera   ligera
y los participantes  experimentamos una
notable abstracción.
El sacerdote Pablo Mella,  inteligente y sensible, orientó la
celebración  en torno a la música y, como
filósofo,   discurrió  sobre la relación entre el arte, como
expresión sublime del espíritu, y Dios,  máxima
expresión de la sublimidad. Fue  una exaltación
a la belleza y a las riquezas espirituales.
Las lecturas incluyeron un
artículo de doña Aida Bonnelly,  el
cual  destilaba sapiencia a través de
profundos consejos  para los jóvenes
artistas. Explicaba  la pianista y
maestra de música los requisitos para alcanzar 
el  Arte supremo. En la homilía,
el padre Mella relacionó el Arte con Dios.
Sobre el altar se mostraba, cual
libro sagrado,  un ejemplar de “En torno
a la música”, una de las obras de la artista y escritora de libros para niños.  Otra lectura, 
del apóstol Pablo, hacía referencia a instrumentos musicales,  cual si hubiese  sido escrita para la ocasión. La armonía era
palpable como cosa material.
El Evangelio fue tomado  del pasaje 
en el que Jesús expresa: “¿A quién compararé esta generación? Es
semejante á los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus
compañeros, y dicen: Os tañimos flauta, y no bailasteis; os cantamos canciones
tristes  y no os lamentasteis”.
Trozos de  piezas musicales de   Schumann  y Bach contribuyeron  a crear 
el ambiente etéreo que cubrió el oficio religioso. Al final, doña
Idelissa  Bonnelly de Calventi, hermana
de Aída, con voz suave, baja,   vinculó  la música   con la naturaleza, lo que ella ha estudiado. Esparció
ternura y también fue emocionante.

Cito de nuevo a  Lantigua: “¿Cómo puede irse así, en silencio,
una dama tan relevante de nuestra cultura? ¿Debiéramos permitir, los que
formamos parte de eso que se denomina comunidad cultural dominicana, que sean
relegados al olvido o descuidados por la indiferencia, el nombre y los aportes
de Aída Bonnelly de Díaz? “

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