RAFAEL PERALTA ROMERO
La honestidad de un gobierno no se
define en función de lo que digan sus funcionarios, sino a partir de lo que éstos
hagan.  Lo saben los voceros  del actual gobierno que se han lanzado al
ruedo, con capa y espada,  a defenderlo
de los repetidos señalamientos de corrupción. La envalentonada ha incluido  al propio Presidente, Danilo Medina.
Representa una tarea muy engorrosa
promover como honrado  un gobierno cuyos
ejecutivos, en la práctica, hacen todo lo contrario de ese atributo. ¿Cómo
puede ser honesta una administración cuando sus  funcionarios navegan en  la opulencia sabiéndose, como se  sabe,  que hace poco vivían rodeados de estrecheces y
penurias?
Es bien sabido que antes de que el
PLD  consiguiera el gobierno, sus
dirigentes más acomodados transitaban en vehículos modestos (Lada, cepillos,
Yugo…) y la mayoría andaba a pie y se cobijaba en viviendas humildes. Hoy van
en costosas yipetas (todoterrenos)  y
residen  en mansiones ostentosas o en
torres de lujo. Todos tienen casas de recreo.
Esos sustentadores del gobierno que
preside Danilo Medina son dueños de empresas, hoteles, canales de televisión y
cadenas de radioemisoras, supermercados, gasolineras, universidades y plantas
de asfalto. Son importadores de combustibles, de automóviles, de bebidas
alcohólicas, de cemento y acumuladores de divisas.
Ninguno de ellos podrá demostrar  cómo adquirió su fortuna, que es la primera
prueba que debe presentar el Presidente para hablar de gobierno decente.  Medina dijo que “No creo yo que la República Dominicana pueda tener otro gobierno tan
honesto como el que nosotros encabezamos”.  Y es para espantarse de tanto cinismo.
Cuando el
presidente Medina dice que no habrá un gobierno más honesto que el suyo, quiere
dejar en la conciencia de los dominicanos  residuos de conformidad, como si dijese: “Eso
es lo que hay, y no hay más nada”. Es una apelación a la inacción: no insistan
en buscar nada nuevo, que esto se jodió. Quizá quiere indicar: “Después de mí
no hay nada”.
Si el gobierno peledeísta fuera tenido,
no como el más honesto, sino como simplemente honesto, entonces el concepto de
“gobierno honesto”  viene a ser un
conjunto vacío.  El Presidente debe
propiciar que cada funcionario –él incluido- 
demuestre cómo se ha hecho rico para comenzar a considerar el suyo un régimen
honrado.

Es difícil cambiar la realidad, pues los hechos suelen
ser obstinados. Pero se le alaba  al
presidente Medina y al trío de sus colaboradores que, con bien simulada
vehemencia,  han abordado el espinoso
tema. Antes se consideraba falta de prudencia 
hablar de soga en presencia del ahorcado. Ya vemos que  los propios ahorcados  mencionan y exhiben la soga.

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