RAFAEL PERALTA ROMERO
El presidente
de la República, Danilo Medina, anunció recientemente  su compromiso con el rescate del parque histórico
La Isabela.  En aquel lugar de la costa norte
se  fundó  el l0 de diciembre de
1493  la primera ciudad
del Nuevo Mundo y se ofició la primera misa en este  continente, aunque muchos ignoran su
importancia.
Allí solo
quedan hileras de piedras que marcan 
donde estuvieron las casas. De la vivienda del almirante Cristóbal
Colón, por cuya disposición se ejecutó la obra, se conservan algunas tejas. No
existe tal ciudad, la ciudad fue borrada, aunque  la historia 
de los hechos ha prevalecido y nadie dudará que ahí se iniciara el
encuentro de las dos culturas.
A principio
de año, Medina firmó el decreto 38-17 mediante el cual  quedó aprobado  el “Plan para la Puesta en Valor y
Gestión Sostenible del Parque Histórico La Isabela”, realizado bajo la
dirección del Ministerio de Cultura, la Dirección de Patrimonio Monumental y la
Agencia Española de Cooperación Internacional.
Hay una
historia, cruel y absurda,  que hablada
en buen cibaeño cuenta un guía  que
labora en La Isabela.  El escritor Miguel
Solano  la ha incorporado en su libro
“Los cuentos de Juan Carabú”, personaje cuyo arquetipo recibió la orden de
limpiar La Isabela  antes de una  visita especial.
Una comisión enviada por el gobierno español visitaría aquel sitio, y ante
 tal situación, el dictador Rafael
Trujillo ordenó  acicalar el área. Una
autoridad local se proveyó de equipos y herramientas y destruyó todo  lo que había en la que se pretendió fuera la
primera ciudad del Nuevo Mundo.
En la visión del cuentista, esa autoridad la representó Juan Carabú,
quien, de acuerdo a lo contado por Solano:
“Buscó los mejores
tractores, los más poderosos buldóceres que pudo encontrar y los puso a
trabajar día y noche, hasta que no quedó ni una sola piedra sobre otra. Cuando
la Comisión llegó, Juan Carabú fue a recogerla y tal como era su desesperación
la llevó directamente a ver La Isabela. Al desmontarse del vehículo, con un
corazón que latía a más de cien veces por minuto,  el arqueólogo 
jefe de la misión, le preguntó:
-¿Y dónde está la ciudad? -¿Cuál
ciudad? –preguntó Juan Carabú.-La Isabela, la ciudad que estaba aquí, le aclaró
el arqueólogo.-La orden que me dio el Jefe fue muy clara: él me dijo que
limpiara esto
”.
La
disposición de Medina  tiene plena
justificación y  a la vez reporta algo
sumamente novedoso. Cito: “En la misma se refuerza la convicción y creencia del
Presidente en la cultura. La cultura como quehacer y manifestación del espíritu
del hombre”. El Presidente cree en la cultura. ¡Aleluya!

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