La imagen que
define la reaparición discográfica de la artista catalana con ‘Motomami’ no es
nueva, o no tanto, solo una vuelta de tuerca estilística extrema para reforzar
su mensaje: cambiar, transformarse, está bien; permanecer fiel a tus ideales,
es aún mejor.
POR RAFA RODRÍGUEZ – Vanity Fair
La motera chula y felina. Un poco ‘supervixen’, un poco gatita. El choque
definitivo entre la subcultura urbana latina y la ‘otaku’ nipona. Cierto,
reguetón y manga/anime, ya estaba pasando (‘Thinkin’ y ‘Yonaguni’ de Bad Bunny,
por ejemplo). Pero, de una manera u otra, tenía que ser Rosalía quien le diera
al fin carta de naturaleza. Veníamos avisados, al menos desde hace un año
largo: el motocross y los caballitos (¡”Mira, Rauw, sin manos!”) en
algún lugar de Florida; el neko-casco, el moodboard con viñetas de Evangelion y
la oda al porno japonés en las redes sociales. Como Miami, lo confirmó a
principios de esta semana la portada del que será su tercer álbum, hecha una
Venus de los tubarros que ni dibujada por Ai Yazawa. Y ahora que hemos visto y oído
al completo Saoko, pues sí que ya estaría.
La segunda tonada
que adelanta Motomami –a la venta el próximo 18 de marzo, si nada se tuerce–
pasa como una exhalación, poco más de dos minutos de chorreo electro, la línea
de bajo reguetonera saturadísima, irresistible (y un gozoso puente que es como
un eco de Eddie Palmieri tocando el piano durante la grabación del legendario
The Sun of Latin Music en los estudios Electric Lady). “Saoko, papi, Saoko”,
interpela reverencial Rosalía al principio. En el videoclip, aparece
manejándose como la encargada de una estación de servicio, hasta que se revela
líder de una suerte de pandilleras bosozuku. De repente, es la Tura Satana de
Faster, Pussycat! Kill!… Kill!, pero con motos en vez de coches y coletas de
colegiala a lo Sailor Moon. La estética, en realidad, la (re)conocemos: el
extrarradio, el parkineo, a ella le gusta la gasolina. También la ética: el
compromiso de clase, la sororidad de la girl gang (inclusiva), la sexualidad
asertiva. La prenda estrella de la función es la camiseta blanca cut out,
básicamente porque se trata de una pieza de archivo de Jean Paul Gaultier,
colección primavera/verano 2010. Del resto no hay, de momento, noticias, aunque
se supone aconsejado por Samantha Burkhart, estilista de cabecera de la
catalana desde que se junta con Billie Eillish.
Tamara Falcó, de
merienda en casa de Isabel Preysler con Boris Izaguirre y los tacones de Carrie
Bradshaw
El príncipe
Guillermo y Kate Middleton tienen un problema en común con la mayoría de los
padres
Las joyas con las
que Camilla se convertirá en reina consorte: la corona de la madre de Isabel II
y el anillo de la reina Adelaida
Y luego están los
cascos, claro. Los neko-helmets, como el de la protagonista descabezada de
DunRaRaRa!!, el manga de Ryogo Narita. Humanizar las orejas de gato, que es la
traducción literal de nekomimi, es una tradición de largo recorrido en el folclore
japonés, cuyos mitos también han encontrado eco en la cultura de la historieta
del país. Precisamente en tributo a ella, la empresa rusa Nitrinos Motostudio
lanzó este tipo de casco gatuno en 2011, que fabrica a medida en fibra de
vidrio lacada a partir de poco más de 500 euros. Los últimos modelos incorporan
hasta luces LED. Sabiendo que Saoko se rodó en Kiev (el año pasado, obvio), su
aparición en el videoclip, junto a otras variedades como el casco con
extensiones/coletas, no tiene pérdida. Alguno debió de traerse la artista como
souvenir, porque que ya la habíamos visto fardar de él en sus redes sociales.
En el vídeo, por cierto, Rosalía y compañía también aparecen acariciando lindos
gatitos. Faster, pussycat!, se pilla rápido.
Hay subtexto para
dar y tomar en Saoko. El collar de perlas de Vivienne (sic), glosado en el
primer verso, no es otro que la emblemática gargantilla de Vivienne Westwood
lanzada en 1987. Con el logo-orbe de cristal de la diseñadora británica en el
centro, la pieza era el accesorio favorito de la heroína punk de Nana
(2000-2009), manga/anime de culto de Ai Yazawa redescubierto por la muchachada
centenial el año pasado. Eso, y que Bella Hadid, Dua Lipa o Janelle Monáe
recuperaran a su vez la ‘choker’ para lucirse en diversos eventos, desencadenó
el fenómeno viral conocido como El collar de TikTok. Lo de “Como Sex
Siren, yo me transformo” en el estribillo tiene más chicha: se trata de
una categoría de la cultura ballroom en la que se compite por ver quién posee
mayor atractivo sexual y poder de seducción. La de las sirenas del voguing es
una narrativa sobre la reapropiación del espacio de placer y erotismo femeninos
definido y controlado históricamente por el hombre, un discurso afín al de la
cantante al menos desde El mal querer (2018). Entonces, la portada la mostraba
como una aparición mariana, el resplandor emanando de la entrepierna. Junto al
artista visual Filip Custic, Rosalía desarrolló toda una iconografía alrededor
de la deconstrucción de cierta feminidad impuesta (la novia, la esposa, la
madre), que ahora vuelve a desafiar.
No, Rosalía no ha
cambiado a pesar del elogio a la transformación que se escucha en su flamante
tema. Cambiar para que nada cambie, que decía Lampedusa en El gatopardo. La
Rosalía jicha de luxe de Aute Cuture es la Rosalía con refinada altura de la
gala del Met sublimada por Rick Owens es la Rosalía de entusiasmarse con marcas
surcoreanas ignotas es la Rosalía que ceba las revistas con vestido de
margaritas grunge de Marc Jacobs… Lo recita en Saoko: “Sé quién soy, a
donde voy nunca se me olvida”. Así se evitan los derrapes.
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