Por Nic Robertson

(CNN) — Hace dos años,
Moscú consideró el enfrentamiento entre Estados Unidos y Alemania por el
gasoducto Nord Stream 2 como una prueba de fuego del poder transatlántico.

Rusia había invertido mucho
en el gasoducto submarino de más de 1.200 kilómetros (750 millas) que la unía a
Alemania y quería aumentar las ventas globales y aumentar su influencia
económica sobre Europa y sus industrias pesadas hambrientas de energía.
Alemania, uno de los principales consumidores, estaba de acuerdo desde el
principio. Washington no.

Estados Unidos no quería
que el nuevo suministro submarino de gran capacidad sustituyera a las antiguas
líneas terrestres que transitaban por Ucrania, proporcionando unos ingresos
vitales a los dirigentes de Kyiv, cada vez más orientados hacia Occidente.

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vivo de la guerra de Rusia en Ucrania

Rusia razonó que si
Washington bloqueaba Nord Stream 2, como finalmente ocurrió, demostraría que el
poder europeo ya no fluía a través de Berlín, sino a través de la Casa Blanca.

Transcurridos dos años, la
lectura de esa dinámica transatlántica después de Angela Merkel, y en
particular después de la fallida invasión de Ucrania por el presidente Vladimir
Putin, se ha convertido en una de las cuestiones políticas más acuciantes para el
Kremlin.

Raro momento de férreo
liderazgo

La negativa del canciller
de Alemania, Olaf Scholz, a “dejarse presionar” para enviar tanques
en solitario a Ucrania —en lugar de mantenerse firme y exigir al presidente de
Estados Unidos, Joe Biden, que se una a él en la empresa, arriesgándose a la
ira de Putin— ha demostrado que la dinámica de poder transatlántica cambió.

Europa ha tardado en
reaccionar ante las profundas fisuras de la política estadounidense y la
incertidumbre que otra presidencia al estilo de la de Trump podría provocar en
sus aliados. Décadas de una confianza razonablemente inquebrantable, si no
total, en Estados Unidos, han sido sustituidas por un obstinado pragmatismo
europeo, y Alemania lidera el camino.

La excanciller Merkel era
la brújula moral de Europa. Scholz ha encontrado un inesperado metal en su
ponderosa coalición de gobierno, a menudo un semáforo de
“frenar/avanzar/esperar, y el miércoles de la semana pasada se ganó un
atronador aplauso en el Bundestag alemán al mostrar un raro momento de férreo
liderazgo.

En su cumbre de marzo del
año pasado, los líderes de la OTAN acordaron equipar, armar y entrenar a
Ucrania según los estándares de la OTAN. No sería miembro, pero el mensaje a
Moscú fue inequívoco: en los próximos años, Ucrania tendría el aspecto y
lucharía como si estuviera en la OTAN.

La actual metamorfosis de
Ucrania de fuerza soviética heredada a clon de la OTAN no ha consistido
solamente en la mecánica o incluso la diplomacia de conseguir carros de
combate, vehículos de combate, defensas aéreas y artillería, sino en atraer a
los casi mil millones de habitantes de los países miembros de la OTAN junto con
sus políticos. Scholz insistió en ello el miércoles en el Parlamento.

Alemania y Estados Unidos
enviarán tanques a Ucrania: cuándo podrían llegar y cuántos serían enviados

“Confíen en
nosotros”, dijo, “no les pondremos en peligro”. Explicó cómo su
gobierno había gestionado ya la agresión rusa y cómo los temores a un invierno
gélido y al colapso económico no se hicieron realidad. “El gobierno hizo
frente a la crisis”, dijo, y añadió: “Estamos en una posición mucho
mejor”.

Los aplausos a cada paso de
su cuidadosamente elaborado discurso hablaron tan alto como sus palabras. En
resumen, Scholz acertó con Alemania, llevando consigo a una población
típicamente reacia a la guerra y a proyectar su propio poder, y profundamente
dividida sobre hasta qué punto debería ayudar a Ucrania a matar rusos y enfadar
potencialmente al Kremlin.

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