Nelson Marrero  EL PAÍS Periódico  Hoy

Indagan todavía relación entre géneros musicales 
y conductas negativas

¿Debe aceptarse social y legalmente y sin al menos alguna restricción el
resonar de voces e instrumentos que en sus textos y melodías tenderían a
promover el consumo de drogas, conductas violentas y prácticas sexuales
irresponsables? Buscar respuesta cobra actualidad tras ponerse atención a
posiciones asumidas por personalidades en un implícito debate en el que ha
llegado a escucharse una especie de aceptación oficial a una controversial
expresión musical vista en ocasiones como de negativa influencia sobre la
sociedad y la juventud en particular.

Extrayendo conceptos del propio círculo artístico nacional pasa a
conocerse la ecléctica línea que en un momento dado adoptaban Wilfrido Vargas y
Ramón Orlando, quienes, según este último, entienden que el subgénero Urbano:
«no es música sino entretenimiento sin precisar en qué momento una cosa está
necesariamente separada de la otra. Y algo más:

El reconocido compositor y ejecutante de la música dominicana declaró
anteriormente ante un entrevistador de televisión que para sostenerse en el
gusto del público el género Urbano «tiene que ser violento, pornográfico y mala
palabroso. Que invite al consumo de drogas para que se pegue. Y cuando los que
cultivan esas manifestaciones sonoras tratan de apartarse de estos perfiles,
pierden popularidad».

Ramón Orlando estima que el éxito de los intérpretes urbanos y de otras
opciones consumidas por audiencias radiales y televisivas que se deleitan con
ruidosos shows que invaden pantallas sin refinamientos y llenan conciertos
tumultuosos reside en que resultan opciones de «tiempos malos para la gente» en
alusión a las tensiones que abruman a muchas personas por la alta incidencia de
los problemas económicos, el alto costo de la vida específicamente, las
agresiones a la convivencia social y la inseguridad a causa de la delincuencia.
Realidades enturbiadas difíciles de eludir por los humanos.

Es posible, sin embargo que los ritmos arrolladores de estos tiempos y
las libertades que se toman sus autores para imprimir crudezas y agredir
convencionalismos concedan razón a organizaciones sin fines de lucro
preocupadas por el destino de la infancia y la juventud que han sostenido que
hasta ahora se ha aprovechado muy poco en países como República Dominicana usar
las canciones para que los estudiantes adquieran y comuniquen sus ideas sobre
temas sociales contemporáneos y para que la música sea un instrumento didáctico
y un medio atractivo para la transmisión de mensajes.

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La aceptación

Aunque a mediados del año anterior el 92% de ciudadanos consultados en
una encuesta mediática estuvo de acuerdo con que la música urbana influye en la
violencia de género como recién habían sostenido profesionales de la conducta
bien conocidos, el sociólogo y folclorista Dagoberto Tejada ha asumido otra
posición al describir la llamada «música de calle» como una expresión de
protesta y resistencia con la que los jóvenes insistentemente buscan su
identidad.

Ve a ese tipo de música como un refugio de los jóvenes que se sienten
socialmente excluidos y con ella muestran inconformidad. Considera que existe
un «falso puritanismo» de quienes reaccionan de manera negativa condenando las
expresiones propias de la juventud. «Carecen de oportunidades, no tienen nada
que buscar y es el único camino que tienen de mostrar su inconformidad con la
sociedad actual». Habló con reverencia hacia las expresiones llamadas
artísticas de los jóvenes y se abstuvo de condenar cualquier ritmo preferido
por ellos.

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