Pasó 11 días en órbita con el astronauta de origen
español Miguel López-Alegría. En 2006, mucho antes de que Katy Perry volara a
100km de altura, Anousheh Ansari hizo Historia. No la llamen turista espacial.
Por Mónica Parga Vanity
Fair
que si no lograba cumplir su sueño de ser astronauta, enviaran una parte de sus
cenizas al espacio. Pero tuvo que actualizarlo. En 2006 la empresaria se
convirtió en la primera mujer en pagarse su propio viaje fuera de la atmósfera
y la cuarta persona en hacerlo. Entrenó con la agencia rusa, despegó desde
Kazajistán y pasó 11 días en órbita, nueve de ellos en la Estación Espacial
Internacional (ISS por sus siglas en inglés), donde participó en experimentos
científicos junto a cosmonautas profesionales. Transcurriría más de una década
para que el concepto de turismo espacial acaparase titulares y nombres como
Elon Musk, Jeff Bezos o Richard Branson se disputaran el liderazgo de un
mercado que para 2030 podría alcanzar los 3.000 millones de dólares de
valoración.
Su camino es muy distinto al de estos magnates. Ansari,
que nos recibe con motivo de su participación en Starmus La Palma, el festival
de ciencia y música cofundado por Brian May —astrofísico además de
guitarrista—, se enamoró del firmamento durante las calurosas noches de su
infancia en Mashhad, en la frontera con Turkmenistán y Afganistán, cuando la
falta de aire acondicionado los obligaba a dormir bajo las estrellas. “Soñaba
sobre los otros mundos que habría ahí fuera, en esa oscuridad misteriosa. Aquello
se convirtió en mi refugio”, me cuenta. Sus padres se divorciaron cuando ella
tenía cinco años, y a los 12 estallaron las revueltas contra el sah, quien
había arrebatado todo a su familia paterna. “De niña, mi vida se alteraba
continuamente. Esas circunstancias, el estar siempre en modo lucha o huida, me
ayudaron a desarrollar la resiliencia. Aprendí que el cambio es una constante y
que nunca puedo contar con nada permanente. Cuando estaba pasando por momentos
difíciles, me escapaba a ese lugar imaginario allí fuera. Creo que eso fue lo
que me salvó”.
A los 16 años emigró a Estados Unidos sin apenas dinero
ni hablar inglés. Nada más subir al avión se quitó el hiyab. “Venía de un país
en el que, especialmente después de la revolución, se habían arrebatado muchos
derechos a las mujeres. América era para mí una tierra de oportunidades. Sentía
que si trabajaba duro, nadie podría impedirme conseguir todo y más. Creo que
eso es lo que la mayoría de los inmigrantes espera, y eso te da fuerza para
construirte una nueva vida. Ese fue mi caso”, explica la iraní-estadounidense.
Su talento para las ciencias y las matemáticas, el lenguaje universal, la hizo
destacar. Se graduó como ingeniera informática en George Mason University
(Virginia) y realizó un máster en ingeniería eléctrica en George Washington
University (Washington D.C.) mientras trabajaba en una firma de telefonía. En
1993, junto a su marido Hamid Ansari y su cuñado Amir, cofundó una empresa de
comunicaciones, Telecom Technologies, Inc., en Texas, con la que patentaron
varios avances en el enrutamiento de llamadas.
Pero no había
olvidado aquel deseo nacido en las noches de verano en Mashhad. “En mi corazón,
estaba decidida a encontrar la manera. No sabía cómo ni cuándo”, cuenta. En el
año 2000 vendió su compañía por cerca de 550 millones de dólares.
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