Carlos Morales Troncoso
El próximo 20 de enero del 2009, el senador Barack Obama será juramentado como el cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos. Llegará a la presidencia con las esperanzas y las expectativas no sólo de los 306 millones de norteamericanos, sino con las de los 6.7 billones de habitantes de todo el mundo. El presidente electo norteamericano encarna el objetivo de un cambio productivo, que durante su campaña electoral resumió en el eslogan “¡Sí, se puede!”. Es un eslogan no sólo aplicable a la realidad política de una nación, sino que apela a un mundo que necesita dirección y que necesita liderazgo.
Uno de los principales factores en el triunfo del senador Obama fue, evidentemente, la expectativa del pueblo norteamericano de que él era el candidato más indicado para restablecer la confianza pública en su gobierno. En 1932, Franklin Delano Roosevelt se enfrentó a un dilema similar cuando asumió la presidencia en medio de la Gran Depresión. Necesitaba darle seguridades a su pueblo de que aunque se enfrentaba a problemas económicos críticos, también tenía las herramientas para resolverlos. Lo único a lo que los norteamericanos tenían que temer, les dijo el presidente Roosevelt, era “al miedo mismo”.
El reto de Obama es doble: sacar a su país de la recesión y trazar el camino que conduzca al mundo hacia una nueva e interdependiente estructura económica. En 1932 Roosevelt reconoció que la misión de su país se extendía más allá de sus fronteras: “En el campo de la política mundial dedicaré esta nación a la política del buen vecino: el vecino que se respeta resueltamente a sí mismo y, precisamente por eso, respeta los derechos de los demás; el vecino que respeta sus obligaciones y que respeta la santidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos”.
Las crisis políticas y económicas que han asediado al mundo en los últimos años ilustran el papel que la confianza pública y las expectativas tienen en el mantenimiento de la estabilidad cívica. Roosevelt comprendió la sabiduría de uno de los padres fundadores de la nación norteamericana durante la época de la revolución. “Debemos mantenernos juntos”, dijo Benjamín Franklin, “o con toda seguridad terminaremos separados”.
En el discurso de toma de posesión de su primer período presidencial, Roosevelt se percató de que la confianza debe equipararse al esfuerzo colectivo. “Si comprendo correctamente el temperamento de nuestro pueblo”, dijo, “ahora nos damos cuenta, como nunca antes lo habíamos hecho, de nuestra interdependencia unos de otros; que no podemos meramente tomar, sino que también debemos dar; que si vamos a ir hacia delante, debemos movernos como un ejército leal y entrenado, dispuesto al sacrificio por el bien de una disciplina común, porque sin esa disciplina no puede haber progreso, ningún liderazgo puede ser efectivo”.
Este es un proceso al que deben contribuir los funcionarios gubernamentales y los políticos de todo el mundo. Para la mayoría de los políticos, la crítica es un proceso que se desarrolla en su comportamiento en forma fácil y natural, especialmente cuando están en la oposición. Y la crítica -eso es lo que nos muestra la experiencia-, siempre encuentra partidarios. Siempre podemos hacer algo mejor. Seguro que hemos podido haber hecho cosas mejores. Es fácil prometer que lo haremos mejor.
Los padres fundadores de la nación norteamericana no fueron inmunes al contagio de la crítica. Pero no es por la crítica por lo que se les recuerda, sino por el esfuerzo colectivo en el que se responsabilizaron. John Adams designó a George Washington como comandante en jefe porque sabía que el esfuerzo colectivo requería de un hombre de Virginia, no de Massachussets, para dirigir al ejército. Adams escogió a Thomas Jefferson para redactar la Declaración de Independencia porque reconocía que Jefferson no tenía enemigos en el Congreso.
Siempre habrá temas y políticas que dividirán a los políticos, pero nosotros en República Dominicana tenemos la obligación de transitar por el camino de la unidad y del consenso en estos tiempos de dificultad. Habrá tiempo suficiente para encontrar excusas para el desacuerdo. Ahora lo que debemos hacer es ganarnos la confianza pública, demostrando, como lo dijo Roosevelt, que si “si vamos a ir hacia adelante, debemos movernos como un ejército leal y entrenado, dispuesto al sacrificio por el bien de una disciplina común”.
Que sea esta nuestra resolución de Año Nuevo.
El autor es canciller de la República

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