Rafael Peralta Romero

Rafael Peralta Romero
Cuando
monseñor Agripino Núñez Collado  informó
en la primera semana de septiembre  que Józef
Wesolowski  había sido destituido como
nuncio apostólico en República Dominicana, por comprobadas prácticas sexuales
con niños, admitió que los sacerdotes pueden incurrir en debilidades, pero
sentenció  que la pederastia es
imperdonable.
El Papa,
Francisco, había hecho las diferencias entre pecados sexuales y delitos
sexuales: “Los delitos son otra cosa: abuso a menores es un delito. No, los
pecados. Pero si una persona, laica o presbítero o religiosa, cometió un pecado
y luego se convirtió, el Señor perdona, y cuando el Señor perdona, el Señor
olvida, y esto es importante para nuestra vida”.
El clero
dominicano había  estado muy al margen
de  la aberrante  práctica de la pedofilia y otros  delitos sexuales, aunque no así de las
debilidades  de religiosos y jerarcas eclesiásticos.  El celibato, en los sacerdotes,  y los votos de castidad, en religiosos y
religiosas,   conllevan  una lucha 
frente a los empujes de la naturaleza.
La flaqueza
de la carne lleva a las debilidades de las que ha  hablado el padre Agripino.  Cuando se conocen  acciones pervertidas como las atribuidas al
obispo  Wesolowski,  pienso en la necesidad de enaltecer la figura
de monseñor Fernando Arturo de Meriño, quien fuera arzobispo de Santo Domingo (1885). 
Las debilidades
de Meriño fueron frente a las mujeres. Dejó tres hijos, entre ellos esa gloria
de la ciencia médica  que se llamó
Fernando Alberto Defilló,   procreado con
Leonor Defilló. Con Isabel Logroño procreó a Álvaro y Josefa Logroño. El
primero fue el padre del destacado orador Arturo Logroño. Lo de Meriño, no era
con niños.
En el clero  dominicano, las debilidades  han prevalecido sobre los delitos. El padre Pedro Pablo Báez (Pin),
por ejemplo, muy conocido en el Santiago,  se distingue 
por dejar constancia de sus debilidades 
ante la carne femenina: reconoció a sus cuatro hijos, tres de ellos  con América Sofía Olmos Robles.
 Quizá algún   presbítero ha sido débil en demasía. El
historiador Edwin Espinal, en su ensayo “Descendencias sacerdotales” apunta que
el padre José Manuel Román Grullón,  vicario de la Iglesia Mayor de Santiago (1896
a 1897 y de 1900 a 1911),  “fue
progenitor de más de cuatro decenas de hijos, repartidos entre República
Dominicana, Italia y Francia”.
Entre las  travesuras y debilidades del célebre Gabriel
Moreno  del Christo, cura notorio en el
siglo XIX,  no se reportan abuso de
menores. El presidente Buenaventura Báez era nieto del presbítero Antonio
Sánchez Valverde,  el mismo que  preparó el interesante informe titulado “idea
del valor de la isla Española”.
El padre Nicolás Zúñiga,  que ejerció
 en Samaná y el Cibao, se dice que
exhortaba a seguir su prédica, pero no su ejemplo. Cayó  en la tentación de  la carne. Procreó  con Altagracia Esquea a Fidias Esquea,
oficial de la Marina de Guerra, 
procreador de una ilustre familia de la que forma parte uno de los
políticos más puros de nuestro país, Emmanuel Esquea.

Si se analizan las debilidades y los delitos sexuales de los
sacerdotes,   hay que concluir que a
monseñor Meriño  debe erigírsele una
estatua y a monseñor Wesolouski,  y al
otro cura polaco, Wojciech Gil (padre Alberto), hay que instrumentarle un
expediente judicial. Un expediente a cada uno. El delito conlleva cárcel.

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