Rafael Peralta Romero
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Rafael Peralta Romero

Pocos actos  humanos contarán
con otro que se le parezca tanto como se asemejan el lavarse las manos y la
cópula sexual. Ambos requieren la presencia de  dos elementos afines, iguales en determinado
marco, pero  con diferencias necesarias.
Hombre y mujer, protagonistas por excelencia del sexo,  son gratamente distintos y complementarios.

Esa complementariedad, indispensable para hacer el amor,
puede encontrarse  en la acción de
lavarse las manos, labor en la que hay un roce íntimo de la derecha con la
izquierda y en la que resultan indispensables la entrega mutua y la disposición
para complacerse una a la otra. Sin la zurda  no  se
lava  la 
diestra. Se precisa solidaridad.

Solidaridad y complementariedad son expresiones muy propias  de la condición humana, el ser humano  necesita  de ellas. El acto sexual, aun no estuviere
regido por el amor, ha de implicar entrega y complacencia. Es la forma en la
que más cerca  pueden estar dos seres
humanos. Cada cual hará algo para satisfacer al otro. 

Cuando el doctor Dionisio Guzmán me retiró el yeso que
durante treinta días cubrió mi mano izquierda, acudí contento a lavarme las
manos, pues durante ese período la derecha debió hacerlo sola. Pero fue vana mi
ilusión, pues había una disfunción que me impidió realizar a cabalidad ese acto
tan natural y cotidiano.

“Alteración cuantitativa o cualitativa de una función
orgánica”, así define el Diccionario la disfunción. Mi meñique izquierdo  quedó tieso y resentido por el tiempo que
permaneció inmovilizado.  El anular,
único vecino,  también  se muestra molesto porque fue obligado a
acompañar al meñique en su aislamiento.
 En la sexualidad se
cita la disfunción eréctil  como un obstáculo
cardinal para el impedimento del ayuntamiento carnal.  Se refiere a la falta de  rigidez en el órgano masculino. Paradójicamente,
en mi mano izquierda la disfunción se origina 
en la condición de “erectos”, exceso de rigidez,  que han asumido los  dos dedos citados.

El meñique
desobedece las órdenes del cerebro, por ejemplo,  no toca la letra “a” en el teclado y presiona
la mayúscula sin que se le haya pedido. Mientras el anular presiona la “w”
cuando se le ordena la “s”.  Y así  no
se escribe en español. Es notable el desajuste  de estos dedos para cumplir  la función que les corresponde.

 Parece que con
su susceptibilidad, el más pequeño y
olvidado de los dedos,  quisiera  proclamar: todos somos necesarios. Gregorio
Marañón   –médico y filósofo- ha enseñado
que el hombre y la mujer no son uno superior al otro: “Son simplemente
distintos”. La mano derecha no es superior a la izquierda: son distintas.

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