Amiga de
juventud del rey Felipe, Isabella es la más misteriosa de las hermanas
Borromeo. Vestida de Louis Vuitton, la condesa nos recibe en su casa de Roma y
habla de su “horrible” divorcio, del libro en el que piensa denunciar las leyes
italianas y de su futuro.
POR
PALOMA SIMÓN
Isabella
Borromeo fotografiada en su casa de Roma con kimono con prints camisa y
pantalones Capri de la colección…
Era tan
solo una niña de 13 años cuando, en el 304 después de Cristo, se negó a renunciar
a su fe cristiana y fue condenada a morir apuñalada. Una daga le atravesó el
corazón. Unos cuantos siglos después la familia reclamó su cuerpo para
llevárselo al feudo de la dinastía, en las Islas Borromeas, pero para entonces
esta vírgen ymartir era ya su patrona, por lo que los paduanos se negaron en
rotundo. A cambio, les entregaron una reliquia: su trensa. “De ahí venimos
nosotras, las rubias hermanas Borromeo. De Santa Justina de Padua”, relata con
orgullo y picardía Isabella Borromeo, (Milán, 1975), la mayor de los cinco
hijos del conde Carlo Ferdinando Borromeo y de la modelo alemana Sybilla Marion
Zota. “Santa Justina permaneció en el olvido durante años hasta que experimentó
una especie de comeback en el siglo XVI, cuando su martirio se convirtió en uno
de los motivos preferidos de los pintores venecianos como Veronese. Y luego
tenemos a Carlos Borromeo, que obviamente conocerás, un santo muy popular y
controvertido. Y dos papas”, enumera la condesa Borromeo-Arese-Taverna.
—¿Qué
opina por cierto de Francisco?
—Creo que
posee una enorme fortaleza mental. Benedicto en cambio era un hombre de letras,
más estudioso que populista. Juan Pablo II también fue un papa de la gente.
Recuerdo mi emoción cuando lo conocí de niña, era muy fan suya.
—¿Es
usted religiosa?
—A mi
manera (risas). Puntos suspensivos.
La
hermana mayor —y más desconocida— de Beatrice Borromeo era hasta hoy el
personaje más misterioso de una saga que, como acabamos de ver, hunde sus
raíces en la época del emperador Diocleciano, cuando todavía se hacían
llamar Vitaliani —lo de Borromeo llegaría en el siglo XIV—. Una familia
ilustre de mercaderes, guerreros y cardenales ligada hoy a la alta sociedad, la
política y las finanzas. A los Grimaldi y los Agnelli, pero también a Silvio
Berlusconi, que acaba de fallecer cuando tiene lugar esta entrevista. “Por
supuesto que lo conocí. Procedemos de la misma ciudad. Mi familia le vendió
tierras y propiedades; ahora que lo dices, no estoy segura de aprobar lo que
hizo con ellas…”, admite Isabella. “[Una figura] polémica, que no respetaba
demasiado a las mujeres, pero que tuvo la capacidad de unir Italia como ningún
otro político en los últimos 50 años, y apoyó nuestra industria con
determinación, algo que en aquel momento necesitábamos desesperadamente. Para
gran parte del país pasará a la historia como un hombre hecho a sí mismo que
encarnaba la versión italiana del sueño americano. Nunca se sabrá toda la
verdad sobre él, pero está claro que muchos de mis compatriotas lo echarán
de menos”, razona. En 2004 el Cavaliere, que era entonces primer ministro, fue
uno de los 700 invitados a la boda de su hermana Lavinia con John Elkann, el
nieto favorito de Gianni Agnelli y su heredero al frente del emporio familiar,
Exor Group, que incluye compañías automovilísticas como Fiat-Chrysler y
Ferrari, el diario The Economist o la Juventus de Turín. La mediana, Matilde,
contrajo matrimonio en 2011 con el príncipe Antonius von Fürstenberg y la
pequeña, Beatrice, con Pierre, el menor de los tres hijos de Stefano Casiraghi
y Carolina de Mónaco, en 2015. Todas se casaron vestidas de alta costura en
las Islas Borromeas, “el lugar más voluptuoso del mundo” según Gustave
Flaubert. El único varón, Carlo, lo hizo en la isla de Pantelaria en 2012 con
la diseñadora Marta Ferri. “Mi matrimonio no ha sido tan glamuroso como los
suyos, ni desde luego tan feliz”, lamenta Isabella con un deje de tristeza
y hartazgo.
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