Leonel Cabrera
El continuo uso de mi único
tenis Campeón, hizo que sus suelas fueran tan frágiles como vejiga soplada
dejada al viento. Mamá solo nos permitía usar los zapatos sábado y domingo, u
ocasiones especiales.
Así que mientras jugaba con Víctor
Fañas y Venero Vargas, esa mañana de 1967, en el área verde de los chalecitos
en la calle Daniel Goris, entre las Gastón F. Deligne y la 30 de Marzo; un
clavo crucificó mi pié derecho, atravesándome de la planta a la parte superior.
Entre gritos, Pum Pum, que
pasaba por el lugar con su caja de empanada, sacó mi pié del clavo que
sobresalía de un madero. Venero, avisó a mamá y esta a su vez me llevó a
Sanidad, en el edificio del correo; allí me atendió un ángel de voz ronca, que
con dulzura puso una solución de olor fuerte, me vendó, y con una sonrisa hizo
lo único que no me gusto de ella: Me puso una inyección anti tétano.
Sólo supe su nombre cuando
mi madre la abrazó, y se despidió diciéndole: ¡Doña Ana López, gracias, y que
Dios la bendiga!

Jesús dice del buen
Samaritano: “Y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y
poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.” Lucas
10:34

No perdamos el enfoque, la
Biblia aconseja: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe, el cual por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz menospreciando el
oprobio y se sentó a la diestra del trono de Dios.” Hebreos 12:2

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