Rafael Torres
El pueblecito
en que todos nos conocíamos es ya toda una ciudad de más de 300 mil habitantes,
la tercera del país.
Hay sectores
donde la vida es agradable, hay orden, silencio, limpieza, donde se vive como
debe vivir la gente, pero son sectores pequeños de la “high class”.
El centro de la ciudad es un caos con el tránsito vehicular y el irrespeto a
las leyes que lo rigen.
Ni que decir
de las casetas de frituras en las aceras alrededor del mercado municipal y
miles de vainas más que ofrecen un aspecto deprimente. Hay que limpiar nuestras
calles no sólo para los ojos de los turistas, sino para nuestros propios ojos.
Esas casetas
con frituras en los alrededores del viejo mercado municipal. Parece que
estuviéramos en Puerto Príncipe. Las autoridades de Medio Ambiente estuvieron
más atentas en declarar a Río Dulce Parque Nacional o no sé qué otra vaina,
pero el ruido de las guaguas anunciadoras por todos los barrios y los necios
con música a todo volumen y a todas horas parece no importarles nada.
Hay una total
indiferencia de la población que no reclama y estas redes sociales sólo la
utilizan para vacuencias de cumpleaños y otras nimiedades. Un maldita guagua
anunciando a todo volumen un juego de basquetbol, otra plátanos, batata y ñame,
otra que compra hierros viejos, otra la actuación de un bachatero en Caleta,
sigue otra con que hay dos por una en un establecimiento en el Bajo Mundo, y
así un desfile de bullosos hasta en la hora de la sagrada siesta.
Nos han jodido
el pueblo y la paz. Así no se puede vivir carajo.

¡Despierta
pueblo!

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