RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
Un jefe de Estado tiene la prerrogativa de
escoger  a los ciudadanos que
desempeñarán las más altas funciones  en
el aparato burocrático de la nación. En 
cada país esta privilegiada función  
va pareja con algunas marcas que en unos casos significan controles, sin
que ello menoscabe  las atribuciones del
mandatario.
En República Dominicana esa delicada
responsabilidad compete al Presidente. Pocos cuestionan al jefe del Estado por
las designaciones de los altos cargos, aunque sutilmente circula la apreciación
de que  han de  elegirse las 
personas  indicadas para cada
cargo y no buscar cargos para determinadas personas.
Aquí nadie se hace la ilusión de que un
gobernante llame a los hombres y mujeres más capaces para  integrar la estructura burocrática. La gente,
con asombrosa conformidad,  espera que el
Presidente forme su gabinete ministerial 
con los más capaces, escogidos entre sus partidarios y con quienes haya  establecido  negocios políticos.
Rafael L. Trujillo, quien como todo
dictador, a falta de inteligencia  desarrolló la astucia, aun creyéndose dueño de
esta isla,  se ocupó de que  cada ministerio fuera ocupado por un
hombre  –no era tiempo de las mujeres-  de incuestionable formación profesional  en el área en que iba a trabajar. Si alguno
no era trujillista, bastaba con  parecerlo.
En el complejo ministerio de Relaciones
Exteriores, que algunos lo ven solo como una vía para viajar y levantar copas
de vino, el tirano colocaba  intelectuales
tan recios como Enrique de Marchena Dujarric, Virgilio Díaz Ordóñez, Porfirio
Herrera Báez,    Julio Ortega Frier o
Joaquín Balaguer. Todos experimentados en el uso de la palabra y el
pensamiento. 
En Educación, el tirano se permitió el lujo
de designar a  Pedro Henríquez Ureña, y
luego a su hermano Max, pero también pasaron por  allí lumbreras como Armando Oscar Pacheco,
Ramón Emilio Jiménez, Joaquín Balaguer, Guido Despradel y  Julio Ortega Frier, quien también fue rector
de la vetusta Universidad  de Santo
Domingo.
El presidente Danilo  Medina integra su gabinete sin tomar en
cuenta el perfil de las personas que ha escogido para cada puesto. Tal parece
que señala primero al individuo y luego saca de una bolsa el nombre de la
posición a desempeñar. Pero no es así, pues el Presidente ha desarrollado la
astucia de nombrar gente para que haga poco o no haga. 
El adjetivo 
idóneo significa adecuado y apropiado para algo. Un hombre puede ser
apto para no hacer lo que se requiere en determinada área estatal. Y hay
nombramientos así porque así los  ha
querido  el presidente Medina. La idoneidad es  condición fundamental para escoger
funcionarios, allí donde prevalece el  respeto para los ciudadanos.

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