RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
La paz deberá ser siempre  preferida frente a la guerra. Por eso el
mundo se ha alegrado de las certeras tentativas  de retornar la paz  a Colombia. La diplomacia cumplió su rol
hasta lograr la firma de un tratado que involucró a 2,500 testigos, entre ellos
16 jefes de Estado y una alta representación del Vaticano.
Pero el dolor y el rencor han podido  más que la diplomacia. Como resultado,
el  domingo dos de octubre,  el 50.2 por ciento de los colombianos que
concurrieron al plebiscito, votó contra el acuerdo de paz. Es leve mayoría,
pero mayoría. El 49.7  expresó que sí quería
el cese de las hostilidades, causantes de  ocho millones de víctimas.
Los analistas y encuestadores no pudieron
prever semejante comportamiento de un pueblo que se sabe hastiado de las
atrocidades de la guerra entre las fuerzas militares  regulares y 
las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, cuya condición
de revolucionarias  anda  muy cuestionada.
Muchos colombianos  llevan heridas profundas por causa de la
guerrilla y en consecuencia se niegan a aceptar 
que sus miembros sean integrados 
mansamente a la vida ciudadana sin pagar por los delitos que se les
atribuyen. Quizá por eso la mayoría del pueblo no acudió a la consulta.
¿Quieren  la guerra quienes votaron por
el NO?
“Colombia prefirió la guerra”, titulaba un
diario el lunes pasado. Y  cuesta
esfuerzo intelectual y moral aceptar que un pueblo prefiera la guerra. Sobre
todo uno que la ha sufrido en carne viva como la nación suramericana, a la que
el conflicto le ha costado  260 mil vidas.
La votación reveló la profunda división que atraviesa a esa nación.
 Poco
más de doce millones sufragaron, pero Colombia ronda los cincuenta millones de
habitantes. Reportes de prensa  indican
que los pobladores del  interior del país
 prefirieron  rechazar los acuerdos, porque tienen más
frescas las tropelías de las guerrillas, que han operado durante más de 50 años.
Ahora Colombia  se cubre de incertidumbre.
Las heridas de la guerra se encuentran en
campesinos humildes  despojados de bienes
materiales,  como en figuras descollantes
de la vida colombiana.  El expresidente Álvaro
Uribe  ha orquestado una recia oposición
al tratado de paz. Es que en  1983 su
padre, Alberto Uribe Sierra,  fue
asesinado cruelmente por las Farc. Y eso duele.

Se cuestiona que el Estado colombiano
propicie un tipo de amnistía para la guerrilla. ¿Pero no es más valioso  el logro de la paz para todo un pueblo?  El resentimiento  es un obstáculo para la concordia. Uribe Vélez
 tiene razones personales para sentirse
incómodo con las Farc, pero el derecho de un pueblo a vivir en paz es
primordial. Es esencial. 

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