Es la hija más pequeña y menos conocida del
socialista Pepe Bono. Recién llegada de Londres, donde estudia Decoración, nos
concede en exclusiva su primera entrevista para hablarnos (no solo) de su
atípica familia.
POR Vera Bercovitz, Eduardo Verbo – Vanity Fair
Cuenta Sofía Bono (Santiago de Chile, 20
años) que desde muy pequeñita se presentaba con un eslogan que repetía sin
saber bien qué significaba: “Hola, me llamo Sofía y soy adoptada”. Hoy, ante
una Coca-Cola en una luminosa terraza de un bar de Pozuelo, lo recuerda entre
risas. “De mayor me lo explicaron. Siempre lo he llevado muy bien. Como dice mi
padre: ‘La sangre es un cuento chino”. Su padre es el político socialista José
Bono. Su madre, quien fuera su esposa durante 29 años, Ana Rodríguez Mosquera.
La pareja decidió adoptar a Sofía cuando sus tres hijos biológicos Amalia, Ana
y José tenían 19, 18 y 16 años respectivamente. En directo, esta chica de piel
blanca y enormes ojos verdes —que por timidez esconde tras sus gafas de sol
durante la primera parte de la entrevista— confirma las sospechas: a Bono le
salen guapos hasta los hijos adoptados.
Sofía llegó a su nuevo hogar con apenas tres
meses y ha crecido no solo con mucho amor, también con muchos padres. “Para lo
bueno tengo cinco apoyos. Para lo malo, cinco personas regañándome”, asegura
mientras da un sorbo a su bebida. Bono lo ha contado muchas veces: “Pensamos
que íbamos a hacerle un favor a la niña, pero es la niña la que te hace el
favor a ti”. Y eso que al principio se preocuparon porque Sofía solo giraba la
cabeza hacia el lado izquierdo. Pronto descubrieron el motivo: su cuna estaba
en un rincón, a la derecha había una pared y por la izquierda entraban el sol y
los ruidos a través de una ventana.
Sofía viste camiseta y pantalón de Uterqüe,
blazer de Karl Lagerfeld, pendientes de Julieta Álvarez y anillos de
Aristocrazy. Peluquería y maquillaje: Olesya Oleksyuk. Producción: Airin Milá
de la Roca. Agradecimientos: Helena Egea Antiques.
“Cuando era pequeña me presentaba así: ‘Hola,
me llamo Sofía Bono y soy adoptada’, pero no sabía bien qué significaba”
Hoy el sol y los ruidos invaden la vida de
esta joven que acaba de volver de Londres para seguir estudiando a distancia
—cosas del COVID-19— Diseño de Interiores, que cursa en Regents University.
“Estábamos encerrados en casa y no tenía sentido seguir allí. Quizá vuelva en
septiembre”. Y añade: “Me gusta la decoración desde siempre. Aunque nadie en mi
familia se dedica a esto, mi madre compraba la revista AD (Architectural
Digest)”. Atrás quedaron los dos años de Administración y Dirección de Empresas
que también estudió entre Londres y Madrid, y que dejó porque no le llenaba.
“Tienes que hacer lo que de verdad te guste”, le dijeron sus cinco padres. Y en
eso estamos.
No era su primera experiencia en el
extranjero. Con 14 años salió de España para estudiar en el internado
Brillamont, en Suiza. “Una de las mejores experiencias de mi vida”, asegura.
Tanto, que fue para un año y se quedó tres. “Conocí a gente de todo el mundo,
viajé un montón… Mira, ¿ves estás montañas? —señala un tatuaje que luce en su
antebrazo derecho—. Son las vistas que tenía desde mi habitación. Me tatué una
montaña por cada año que pasé allí”.
Desde su vuelta a Madrid Sofía vive a caballo
entre la casa de su padre —en el centro de Madrid— y la de su madre —muy cerca
de donde estamos—. “Yo tenía 10 años cuando se separaron y no quería elegir con
quién vivir. Así que pasé dos años con mi madre y otros dos con mi padre.
Siempre he tenido las dos casas abiertas”. A pesar del divorcio —o quizá
gracias a él—, los Bono son una piña: “Mis padres se llevan mejor que nunca”.
Sofía habla todos los días con todos, aunque es con Amelia con quien hace más
planes. “Dice que soy su quinta hija”, señala (Amelia tiene cuatro hijos con el
músico Manuel Martos, hijo de Raphael y Natalia Figueroa). Solo la pandemia ha
logrado lo que no consiguió ni un divorcio: distanciar —físicamente— a esta
familia inseparable. “Mi padre se cuida mucho. Pasó el encierro en Salobre, su
pueblo de Albacete, y no salía ni para hacer la compra. Ahora se ve con
nosotros de uno en uno y siempre en terraza. Antes quedábamos todos juntos.
Incluso instauró una costumbre: comer cocido los domingos. Mi madre es más
relajada”.
Sofía recuerda que en casa de sus padres en
Toledo —donde vivió hasta los 10 años, cuando se mudaron todos a Madrid— de
relax, poco. “Era como una romería. Por ahí aparecía cualquiera. Yo siempre
decía: ‘Papá, estoy en pijama, avisa cuando venga gente”. Lo de “cualquiera” es
un decir, porque Sofía contando anécdotas es como abrir el archivo de TVE. Desde
Julio Iglesias hasta Felipe González, ella misma se sorprende de la gente que
ha visto en su casa. “Ahora de mayor soy más consciente”, asegura mientras
rebusca en su móvil una foto del famoso cantante (¡hey!) con ella en brazos
cuando aún era un bebé: “Hemos ido a verlo muchos veranos a su casa de
Marbella”. Su padre también se llevaba estupendamente con Sara Montiel, quien
se declaraba Bonista incondicional a pesar de estar afiliada al PP. “Hay una
foto de su 60º cumpleaños en la que está cortando una tarta y sale mi padre al
lado”, nos cuenta. Por no hablar de sus amigos más obvios. “Hemos tenido los
bonsáis de Felipe muchos años en casa. Un día se me ocurrió podar uno y lo
maté. Yo veía a mi padre que cortaba sus ramitas y me dije: ‘Le voy a dar una sorpresa’.
No le hizo tanta ilusión como yo me esperaba”.
“Mi padre es muy amigo de Julio Iglesias.
Hemos ido muchos veranos a visitarlo a su casa de Marbella”
Sofía viste camiseta y pantalón de Uterqüe,
blazer de Karl Lagerfeld, pendientes de Julieta Álvarez y anillos de
Aristocrazy.
A pesar de su juventud, Sofía ha recorrido
medio planeta. Además de vivir en Londres y Lausana, con el colegio visitó
Milán, Annecy (en Francia), Mikonos, Venecia y Berlín. Uno de sus destinos favoritos
es República Dominicana, donde suele ir una vez al año con su familia. Y
recuerda como “el viaje más bonito que he hecho nunca” un safari fotográfico
por África en 2015. “Nos quedamos en un hotel que las habitaciones eran
cabañitas en los árboles. Un día me estaba bañando en la piscina y vino un
elefante a beber agua”. Pero Sofía aún tiene pendiente el viaje más importante
de su vida: “Quiero volver a Chile y visitar la casa de acogida donde me
adoptaron. Mi padre me dijo que iríamos cuando cumpliese 18, pero lo he ido
retrasando. Es un viaje que quiero tener muy pensado”.
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