Cecilia González                Actualidad RT

La vicepresidenta electa, Francia Márquez,
fue un factor clave para la victoria.

Esto es por nuestras abuelas y abuelos, las
mujeres, los jóvenes, las personas LGTBIQ+, los indígenas, los campesinos, los
trabajadores, las víctimas, mi pueblo negro, los que resistieron y los que ya
no están… Por toda Colombia. ¡Hoy empezamos a escribir una nueva
historia!”, escribió Francia Márquez un rato después de que se confirmará
el triunfo del Pacto Histórico que convertirá a Gustavo Petro en presidente y a
ella, en vicepresidenta.

El mensaje resumió a los sectores de la
población ignorados, vilipendiados durante décadas por una clase política
colombiana que se regodeó en la corrupción y en el fortalecimiento de élites y
que jamás solucionó los problemas reales, cotidianos de la ciudadanía. Los
“nadie” de los que tanto hablaron Petro y Márquez durante la campaña.

Fueron ellos los que salieron a votar en
masa, algunos en mulas, algunos en canoas, con la esperanza de que esta
victoria marque el inicio del proceso de justicia social que sigue pendiente en
toda América Latina.

Por eso las lágrimas, las sonrisas, los
abrazos, los bailes colectivos a ritmo de cumbia, los fuegos artificiales, las
guitarreadas, los desfiles de taxistas y motoqueros que la noche del domingo
poblaron todas las ciudades de Colombia. En las calles, en los barrios,
celebraban los resultados de un proceso que, más allá de lo que logre (o no) la
gestión de Petro, ya es trascendental porque modifica por completo el mapa de
la política del país sudamericano.

Parecía que la derecha gobernaría para
siempre Colombia, el máximo aliado de EE.UU. en la región. El país que tuvo la
guerra interna más larga del Continente. En donde la violencia persiste más
allá de los acuerdos de paz con la guerrilla, con récord de líderes sociales
asesinados, con el narcotráfico consolidado desde hace décadas como el negocio
multimillonario e ilegal que ha permeado todas las capas de la sociedad.

Pero el poderío de “la casta”
gobernante, como la bautizó Petro, comenzó a resquebrajarse en 2019, durante un
primer estallido social que se registró a la par del que ocurría en Chile y que
demostraba que el hartazgo social estaba llegando al límite. Las
manifestaciones contra el presidente Iván Duque en particular, y contra el
neoliberalismo en general, se repitieron en 2021. Nunca antes la movilización
popular en Colombia había mostrado convocatorias tan masivas.

La respuesta del Gobierno, como suele
ocurrir, fue la represión a la protesta social. Las decenas de muertos, heridos
y desaparecidos, la violencia étnica-racial, o basada en género y las
agresiones a periodistas, fueron la norma. Lo denunciaron informes de
organismos nacionales e internacionales. Ni así pudo Duque extinguir las
movilizaciones. La resistencia estaba en marcha.

Por eso, por primera vez en la historia el
bipartidismo conservadores-liberales quedó desplazado por completo de una
contienda electoral que protagonizaron dos nuevas coaliciones: por la
izquierda, el Pacto Histórico encabezado por Petro, el perseverante exalcalde
de Bogotá que, al igual que el mexicano López Obrador, ganó en su tercera
postulación presidencial; y por la derecha, la Liga de Gobernantes
Anticorrupción creada por el millonario empresario Adolfo Hernández, por quien
nadie apostaba nada cuando se registró como candidato.

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