No solo
ha cambiado el relato de las comedias románticas, sino también todo lo demás.
La actriz ha reducido su presencia en los rodajes y hallado la felicidad
rodeada de los suyos en su casa.

POR
VALENTINA COLOSIMO

TRADUCIDO
Y ADAPTADO POR DARÍO GAEL BLANCO

“Hola,
soy Julia”. Lo sabemos, vaya si lo sabemos, jamás una presentación fue tan
superflua. Julia Roberts insinúa una carcajada, no hay escapatoria de la fama
perenne. Se levanta, extiende la mano y muestra su sonrisa inabarcable, la más
célebre de Hollywood. Aquí, en el salón Watches and Wonders de Ginebra, Roberts
acaba de dejar tras de sí una espesa estela de estrellato. Todo el mundo la
mira, todo el mundo intenta fotografiarla, todo el mundo compara su imagen
actual (con un nuevo flequillo desfilado hasta justo por encima de los ojos,
traje lila y tacones altos) con la que se ve en sus películas.

Nos
encontramos en una pequeña habitación, ella se pone cómoda y comienza a
charlar: “Es la primera vez que vengo a Suiza. ¿Su redacción está en
Milán? Nunca he estado en Milán, me encantaría conocerla”. Voz profunda,
contacto visual continuo, parece contenta con este viaje de negocios: “Es
una de las grandes ventajas de mi trabajo, ver nuevos lugares y conocer gente.
Hoy es un día precioso”. Otra de sus sonrisas. Está aquí en calidad de
embajadora de la campaña Chopard Loves Cinema, justo después de que Chopard
acabe de anunciar que utilizará un 80% de acero reciclado para sus relojes.
Pero ¿cómo se mide el tiempo en el caso de Julia Roberts, la inusual diva
atemporal hollywoodiense? Su biografía dice que tiene 55 años, casi cincuenta
películas y una decena de series de televisión a sus espaldas, una carrera
gloriosa que empezó en 1987, plagada de premios (entre ellos un Oscar por su
papel en Erin Brockovich), comedias románticas que han hecho la historia, un
matrimonio de 21 años con el director de fotografía Danny Moder y tres hijos.
En los últimos años ha reducido sus compromisos profesionales para dedicarse a
su familia, siendo su última película Viaje al paraíso, que coprotagonizó junto
a George Clooney.

¿No echaba
de menos trabajar?

No,
porque cuando tuve a mis hijos ya llevaba 18 años trabajando. Sentí que me
había ganado la libertad de tomarme todo el tiempo que quisiera para estar con
ellos. Lo bueno es que tener tres hijos es una gran aventura, así que no eché
de menos la otra gran aventura, la de irme a rodar.

¿Siempre
había querido formar una familia?

Creo que
sí, nunca hice planes de manera consciente o pensé en cuántos hijos quería
tener. Pero cuando conocí a mi marido supe que íbamos a tener hijos, y hoy en
día tenemos la gran suerte de contar con tres chicos sanos y adorables [golpea
la mesa de madera con los nudillos]. Esto es por superstición [ríe].

Lleva
casada 21 años, pero en Hollywood son poco habituales los matrimonios tan duraderos.
¿Cómo lo hace?

Simplemente
conocí a la persona adecuada: mi pareja. No sabría decir cuál es el secreto, en
realidad es algo mágico.

¿Es
cierto que se escriben cartas?

Sí, lo
es. Hablamos el mismo idioma, nos entendemos totalmente. Creo que esa es la
base de las mejores relaciones, ya sean de amor o de amistad.

¿Qué la
hace feliz hoy en día?

Estar
con mi familia.

Siempre
ha sido la reina de las comedias románticas, pero en los últimos años sólo ha
protagonizado Viaje al paraíso. ¿Se ha acabado la era de las comedias
románticas?

No creo
que se haya acabado, más bien resulta raro encontrar buenos guiones, o bien
guiones que se adapten a mí. Al haber actuado en tantas comedias románticas en
el pasado, no me había dado cuenta de lo difícil que es hacer buenas comedias.
La mía no fue una elección: las propuestas adecuadas no llegaban nunca. Luego
llegó Viaje al paraíso con George [Clooney] y fue un sueño trabajar con él.

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