Redacción    El
Caribe

La Séptima Semana Mundial de Seguridad Vial
se celebra este año del 15 al 21 de mayo. La importancia de este evento,
instituido por las Naciones Unidas, no debiera pasar inadvertida ni para las
autoridades ni para la sociedad dominicana, porque no es casual que tengamos el
triste récord de ser el país con mayor cantidad de fallecimientos en accidentes
de tránsito en toda la región.

Según la Oficina Nacional de Estadísticas
(ONE) durante el período 2007-2021 murieron 27,608 personas en accidentes
viales en el país, y durante el 2021 esa fue la principal causa de muerte, pese
a la pandemia del covid-19.

La seguridad vial no es un concepto vacío,
sino un tema que tiene demasiadas aristas, que van más allá de lo relacionado
con el transporte y el tránsito vehicular.

Vemos propagandas con imágenes de rutas
recientemente inauguradas, pero al parecer los responsables de esas obras han
pensado solamente en los vehículos que las transitan, mientras la gente de a
pie tiene que hacer malabares para cruzar porque no hay puentes peatonales y
los pocos que se colocan están a enormes distancias. Eso también es inseguridad
vial.

En esta semana de la seguridad vial se trata
de promover el uso de las bicicletas, los desplazamientos de a pie y en
transporte público, pero nuestros carros de concho amontonan a los pasajeros de
a dos en el primer asiento y de a cuatro en el asiento de atrás, ni hablar de las
guaguas en las que viaja gente colgada, apilada como sardinas, sin que a nadie
le importe. Eso no es seguridad vial.

Los motoconchistas y motociclistas están
obligados a usar el casco rotulado para transitar, pero solo el uno por ciento
de los pasajeros lo utiliza, ni hablar de la forma en que los motoristas cruzan
semáforos en rojo, se montan sobre las aceras o transitan impunemente en vía
contraria.

Esta semana de la Seguridad Vial cuenta con
todo nuestro apoyo, porque nunca está demás instalar el debate sobre el caótico
tránsito de nuestras ciudades, pero también instamos a los responsables de esa
seguridad, a extremar los controles, a corregir tantos vicios seculares del
transporte público, pero sobre todo, a preocuparse por el peatón, que es el que
paga la mayor parte de los impuestos.

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