Por David Culver, Karol Suárez, Rachel Clarke

Ciudad Hidalgo, México (CNN) — Un par de decenas de personas
se amontonan en una camioneta con cupo para 13 pasajeros. Acaban de cruzar un
río en una balsa improvisada y esperan recorrer unos 30 kilómetros en México
para llegar a su próxima parada. Pero unos minutos después, la camioneta se
detiene y todos tienen que bajar.

Los pasajeros ––niños y sus padres, parejas mayores y
adultos solteros–– pagaron para llegar desde Ciudad Hidalgo, en la frontera de
México y Guatemala, hasta Tapachula, la ciudad más cercana.

Sin embargo, entraron a México sin permiso ni documentos,
así que el conductor de la camioneta les dice que se escabullan y eviten un
puesto de control, y que él u otro vehículo los recogerá al otro lado.

Las familias toman sus pertenencias y se dirigen por un
camino asfaltado mientras nosotros nos unimos a ellos, los pastizales los
ocultan casi por completo de la vista de la carretera y de los funcionarios
mexicanos.

Familias de migrantes cruzan en balsas improvisadas el
río Suchiate, entre Guatemala y México, para acercarse a EE.UU.

No es ningún secreto que esto ocurre, de la misma manera
que todo el mundo sabe de las balsas que llevan a las personas a través del río
Suchiate y la frontera internacional.

De vez en cuando, los funcionarios mexicanos gritan a
través de la hierba larga a los caminantes y les dicen que vuelvan a la
carretera principal.

Ninguno les hace caso. Los migrantes siguen caminando, a
veces se hacen señales unos a otros para agacharse y evitar que los detecten.

No vimos a ningún funcionario afanarse por perseguirlos
mientras caminaban por la ruta no oficial de migrantes, a escasos metros de la
Ruta Nacional 200 que va desde la frontera hacia el norte.

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