Erinia Peralta

Creo que no he
conocido a un ser humano más orgulloso de sí mismo de lo que siempre estuvo mi
abuelo. Expresaba su orgullo, no sólo con la firmeza y audacia de su accionar,
sino que logró además resumirlo en poderosas frases que retumbaban cuando las
pronunciaba y que, todavía hoy, recuerdo.

Mi abuelo solía
decir: “Desde los 13 años, yo me pertenezco”. Era una forma de declarar que
desde esa edad era dueño de sí mismo. Yo lo escuchaba cuando niña (era una
frase que repetía mucho) pero no alcanzaba a entender el significado, hasta
hoy, y, confieso, que mi “pertenencia” no fue tan temprana como la de mi abuelo
y que, de hecho, hoy por hoy, todavía en algunos momentos, y traicionada por
múltiples factores, incurro en una suerte de negación o distanciamiento de esta
pertenencia o independencia.

Mi abuelo atribuía su
“pertenencia” a cosas que había logrado, como haber hecho, a los treces años
tres conucos… es decir, que él comprendió muy temprano que ser dueño de uno
mismo estaba estrictamente ligado a la capacidad de lograr cosas, de ser autosuficiente,
y que, en base a eso o, mejor dicho, que eso y solo eso le daba la autoridad
para erigirse frente a cualquiera, incluso frente al mismísimo Trujillo… como
hizo, según me contó.

Mi abuelo no le
pertenecía a nadie y ese era su mayor orgullo. Decía que era el hombre más
serio de Miches y lo creo. Su honor se basaba en el más importante de los
logros humanos: dominarse a sí mismo y haberse ganado a pulso, “con el sudor de
su frente”, todo lo que tenía.

Creo que adquirió
esta certeza del mismo instinto de supervivencia y comprendió, siendo incluso
un niño, que trabajando, literalmente, se “ganaba la vida” como si estar vivo
dependiera de ello… como si no tuviese otra opción.

Hoy, las cosas son
distintas e iguales, el camino de la autodeterminación sigue siendo tortuoso y
más que nunca está muy marcado con lo que podemos hacer con nuestras vidas, más
allá de lo que podemos ser. Parece más urgente hacer, que ser y vivimos con el
afán que esto acarrea.

Él pudo matizar ese
hacer con ser… se mostraba más orgulloso de su seriedad y capacidad de trabajo
que de cualquier otra cosa y, sin saberlo, dejó en mí dos lecciones
importantes, más allá de sus motivaciones o propósitos, me enseñó que hay que
labrarse a uno mismo y que hay que ser íntegro en el proceso, todo esto
mientras uno… “se gana la vida”.

Lo intento, papá, …
intento “pertenecerme” como buena nieta de Tomás Rodríguez, el hombre… más
serio de Miches.

 

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