Clarín | 7 Minutos

Muchos venezolanos fueron esperanzados a votar por un cambio pero,
pasada la medianoche, tuvieron que aceptar que el “milagro” de un
traspaso de mando en paz no ocurriría.

Enseguida asomaron tres datos fuertes. El primero, que Nicolás Maduro
sacó menos votos (5 millones) que la cantidad de venezolanos desplazados al
exterior y a quienes -con artilugios burocráticos y absurdos- no se les
permitió votar. Aun si el resultado de la elección fuese cierto, Maduro sabe
que perdería si dejara votar a quienes viven afuera.

El segundo dato es que el Gobierno se proclamó vencedor diciendo que el
80% de las actas cargadas en el sistema le daba un triunfo irreversible, pero
la oposición denuncia que solo vio la mitad de esas actas. ¿Y qué pasa con el
resto? Maduro mandó a decir que tuvieron dificultades porque el sistema
electrónico fue hackeado para perjudicarlo. ¿A él? ¿Al “ganador”? Parece un
lobo denunciando a las ovejas.

El tercer dato es que la nutrida desconfianza internacional acerca de la
transparencia en el comicio venezolano aparece esta vez avalada por los
gobiernos de centroizquierda de Brasil, Colombia y Chile.

El presidente de la izquierda chilena, Gabriel Boric, fue el más
directo: “El régimen de Maduro debe entender que los resultados que publica son
difíciles de creer”. Si los ¿ex? aliados ideológicos ponen el límite de la
democracia en serio, la elección venezolana es tan clara como el petróleo que
aún sustenta su golpeada economía.

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