Por Esther
Santos       El Caribe

Es fascinante
cómo la oposición en la República Dominicana ha logrado convertirse en un
enigma digno de estudio. Mientras Leonel Fernández, líder de la Fuerza del
Pueblo, clama por los apagones, las tarifas eléctricas y la supuesta escasez de
gas, parece olvidar que la oposición, en lugar de encontrar soluciones, se ha
metido en una guerra de egos y estrategias obsoletas.

Al parecer,
criticar es lo único que saben hacer, pero no se les ve ni cerca de ofrecer un
camino claro hacia el poder. Como si fuera poco, el Partido de la Liberación
Dominicana, que alguna vez dominó por 20 años, hoy se presenta como una sombra
irreconocible, con juramentos vacíos y promesas que más bien suenan a
desesperación.

Mientras
tanto, el gobierno de Luis Abinader, en su gloria absoluta, observa desde la
comodidad de su poder cómo una oposición desarticulada le sirve en bandeja de
plata la oportunidad de seguir al mando. Y es que, honestamente, ¿quién
necesita rivales cuando la competencia parece estar tan perdida como un GPS sin
señal?

En lugar de
una estrategia revolucionaria, la oposición se dedica a jugar al “a ver qué
pasa”, mientras el reloj sigue avanzando. Si de aquí a un año no surge un
verdadero cambio, no hace falta ser adivino para saber quién encabezará las
elecciones en 2028: el partido de gobierno, aun con muchos desaciertos y
escándalos, seguirá siendo el único que tiene la jugada ganada.

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