Por Bethania Güílamo
El escándalo que se ha sucitado con unas presuntas fotos del Padre Alberto Cutie, en actitud amorosamente comprometedoras, es asombroso y triste para la feligresía católica.
El Padre Alberto un líder carismático y admirado por la comunidad hispana de los Estados Unidos, aparece como el protagonista de una serie de fotos, y un presunto-no publicado vídeo, “abrazando, besando e introduciendo su mano dentro de la parte baja del bikini de una mujer, en una de las playas de Miami”, según afirma la revista que publica la información.
Este mundo globalizado y digitalizado, donde a cada minuto fluye toda clase de imágenes, pruebas e informaciones, va a obligar a que instituciones tradicionales como la iglesia católica, tengan que realizar ciertos cambios.
Lo del Padre Alberto, así como otros tantos sacerdotes, prueba fehacientemente que el aspecto de la sexualidad, dentro de los requisitos de la vida sacerdotal, no está donde debiera estar. Jurar celibato no es una total garantía para ningún ser humano.
La vida sexual humana es una condición inherente, porque somos seres sexuados y está supeditada a una serie de circunstancias a todos los niveles. No basta el compromiso con el sacramento de Orden Sacerdotal, porque quienes se ordenan son simples seres humanos.
Un buen pastor, célibe o no, es el que inspira y motiva a los fieles a creer y mantener la fé. El padre Alberto ha sido un buen sacerdote para miles de personas.
El ha realizado un trabajo pastoral impresionante, aunque para asombro y tristeza de la feligresía lo hayan agarrado con las manos en la masa, en un humano desliz producto de su condición humana, ignorada tantos años por su propia iglesia.

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