Rafael
Peralta Romero
rafaelperaltar@gmail.com
Rafael Peralta Romero
Resulta  extraño que entre las  miles de palabras  que recoge el Diccionario  del Español Dominicano, de reciente
publicación, no figure  “cubrefalta”,  muy empleada 
en mecánica, electricidad, ebanisterá, plomería e incluso en  ingeniera. Sea un tapón, un tarugo, una
planchuela de metal, una arandela o una pieza de goma,  el cubrefalta ha de  mejorar la imagen del objeto al que sirva.

El Diccionario de la Real Academia
tampoco la registra, pues de los vocablos formados a partir del verbo cubrir más un sustantivo,
sólo  ha dado entrada a cubrecama. Me
parece un descuido notorio el que ha  ocurrido
con cubrefalta, cuyo  valor semántico  alcanza 
áreas –además de las citadas-  tan
disímiles   y ajenas,  como la  sexualidad y  la política.

No es bueno que en la casa queden al
descubierto los huecos dejados para futuros tomacorrientes,  por eso se les pone una tapa en blanco, que
resulta un cubrefalta. Lo es también la chapa plástica o metálica que reviste
el panel  donde se guardan  los cables telefónicos o de televisión  de un condominio.

Fregaderos,  inodoros y duchas  llevan unas piececitas que el usuario no
advierte siempre, pero que el plomero no olvidará al momento de comprar   repuestos y materiales. Los muchachos que trabajan  en ferreterías las conocen a la perfección y
las recomiendan a quien las olvida. Son los cubrefaltas.

El hombre  que suministra atención sexual a una mujer
cuyo marido está ausente o  que se
comporta irresponsablemente  respecto de  sus deberes conyugales, tiene que admitir que
funge de cubrefalta. Quizá algunas mujeres también  sirven en ocasiones en este rol. Por eso  hablo de cubrefaltas en la sexualidad. 

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