RAFAEL
PERALTA ROMERO
La
democracia es tan benigna que se torna vulnerable. De ahí que sujetos que no
creen en ese sistema de gobierno se amparen bajo su sombra bienhechora para
aplicar acciones negadoras de la democracia y contradictoras de su esencia, que
se fundamenta en la igualdad de oportunidades para todos ciudadanos.
Hay
quienes no creen en la democracia, reniegan de ella, la citan con
denominaciones despectivas, pero se valen de ésta, “la mentada”, y aprovechan
las ventajas que ofrece. La usan para 
ejecutar acciones antidemocráticas. Es paradójico ¿verdad?  La democracia es tolerante, está concebida
para ello, y sus usuarios han de serlo también.
Juan
Bosch,  elegido democráticamente,  en 1963 fue depuesto de la Presidencia  de la República Dominicana por un grupo
que  alegó actuar en nombre de la
democracia. Luego escribirá un libro para demostrar que ese sistema había fracasado
en América. Inició  con el grupo que lo
siguió  en un nuevo partido, una campaña
para denostar la democracia.
Desde su
aparición, el Partido de la Liberación Dominicana, se refirió a la democracia
con la expresión peyorativa “la mentada”, y  a las elecciones llamó “matadero electoral”. Los
jóvenes peledeístas que entonces  proclamaban su desafecto por la democracia,
hoy  -ya maduros-  desde cómodas poltronas  trazan líneas que evidencian su
arraigada  concepción antidemocrática.
La democracia  es benigna e imperfecta. El sufragio de un
bandido vale lo mismo que el de un hombre virtuoso. Para la democracia da  igual un iletrado que un filósofo. Los
insolentes  se burlan de esa
condición  sensible de la democracia y se
facilitan  hurtar voluntades  para 
alcanzar sus maléficos fines,  siempre al margen de toda ética.
La
democracia es comparable con el amor que, como dice san Pablo, todo lo tolera.
Algunas  personas abusan de quien las
ama. Hijos abusan de padres que les 
demuestran debilidad. Hombres y mujeres que abusan del amor que les
propician sus respectivos cónyuges.  En
otro plano, unos sujetos profanan la democracia. La utilizan, pero la
desacreditan.
Desacreditar
la democracia no consiste sólo en citarla como “la mentada”. Es algo peor. Es,
por ejemplo, impedir el voto a un ciudadano a cambio de  500 pesos. Realizar proselitismo en los
mismos centros de votación, sin que ninguna autoridad –ni electoral ni militar-
dijera nada resulta una  irritante
erosión al sistema democrático.

Un débil  mental vende su voto por una suma que le sirve
para comer una vez. Un débil moral se lo compra 
para ayudar  a mantener en el
poder a quienes gobiernan  agravando la
pobreza de unos y aumentando la opulencia de otros.  El atraso social es  acentuado con cada burla a la democracia. La
democracia es igualitaria, pero  se torna
vulnerable.

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