El auge del influencer marketing ha
sido impulsado más por tendencias culturales y la presión social dentro de la
industria que por una evidencia empírica sólida y
Por Redacción – Puro Marketing
El marketing de influencers, una
década después de su irrupción, sigue siendo un pilar en las estrategias
digitales, prometiendo un puente directo y auténtico entre marcas y audiencias.
Sin embargo, conforme la euforia inicial cede, surge la inevitable pregunta:
¿es realmente una herramienta eficaz o una ilusión mediática con un ROI inflado
y resultados dudosos? Los datos recientes nos invitan a un análisis más
profundo.
Uno de los escollos más persistentes
en el marketing de influencers es la falta de transparencia real sobre las
audiencias. Aunque las cifras puedan parecer impresionantes, a menudo están
maquilladas. De hecho, los datos nos revelan que entre el 15% y el 25% de los
seguidores en plataformas como Instagram y TikTok pueden ser cuentas falsas,
bots o usuarios inactivos, dependiendo del nicho y el tamaño del influencer.
Este fenómeno distorsiona drásticamente el valor de cualquier métrica de
alcance o engagement. Cuando una marca invierte en impresiones que nunca llegan
a humanos reales, el retorno se convierte en un espejismo digital. Invertir sin
una auditoría profunda y previa del influencer equivale, en muchos casos, a
comprar publicidad en vallas ubicadas en el desierto. La inversión en este tipo
de campañas, sin una verificación rigurosa de la autenticidad de la audiencia,
puede traducirse en una dilución significativa del presupuesto, impactando
directamente en la rentabilidad.
Del engagement superficial a la
conversión real
Lo que impulsó originalmente el
interés por el marketing de influencers fue la espontaneidad. Los primeros
creadores de contenido no hablaban como publicistas ni usaban guiones;
simplemente compartían sus experiencias reales con productos o servicios en los
que creían. Esa autenticidad, no mediada por las lógicas tradicionales del
marketing, generó un tipo de conexión emocional y de confianza que las marcas
no podían comprar con anuncios convencionales. El público percibía estas
recomendaciones como genuinas, casi como una conversación entre pares. Sin
embargo, a medida que las marcas comenzaron a identificar el potencial
económico de este canal, esa espontaneidad fue desplazada por estrategias cada
vez más controladas y guionizadas. El influencer pasó de ser una persona
opinando con libertad a convertirse en un vocero con líneas previamente
aprobadas. Con ello, surgieron las sospechas: ¿realmente le gusta ese producto
o simplemente le están pagando para decir que sí? ¿Cuántas de estas
recomendaciones son sinceras y cuántas forman parte de un contrato?
Es cierto que los
influencers pueden generar engagement, pero el gran desafío para las marcas es
la confusión entre “me gusta” y comentarios con la verdadera
intención de compra. Esta miopía en la medición conduce a campañas con
resultados efímeros que no se traducen en ventas ni en fidelización del
cliente. A pesar de los informes optimistas del sector, solo el 30% de las
empresas encuestadas afirmaba contar con metodologías sólidas para medir el ROI
de manera precisa, mientras que el resto operaba por inercia o presión del
“marketing de moda”.
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