Y descarnadamente, como hablan los padres con los hijos, cuya confianza ha desarrollado le dice: “el Zorongo soy yo”, y los padres de los niños campesinos que se portan mal vienen hacia mi para que lo asuste”. “Si no nos dan leche, carnes y comida en lo que canta un gallo”, dijo una voz en casi el extinguido tropel”, con caballos fatigados que resoplaban su constante agitación del otro lado del seto,” le prendemos fuego a la casa, “queremos víveres de los mejores, dijo uno, carne de cualquier tipo y por lo menos un bidón de leche: ¿ustedes respaldan a los invasores o están con los guerrilleros? Preguntó la voz que habíamos oídos desde el aposento ahora ubicada desde el promontorio de piedras donde padre plantó una cruz pintada de cal para asustar al demonio, sigue narrando -Oliva Cruz, “no se de que me habla respondió el padre, empujando un bidón de leche con el pie hasta los zapatos de gomas del hombre que hablaba a nombre del grupo. – Solo la ocupación americana, respondió el procurador, nosotros la enfrentamos a tiros”.
“No podemos durar mucho en este lugar. Después del combate de la Noria, en el Seíbo, los norteamericanos están que echan chispas y sentencia que si dicen una palabra ya verán lo que les pasará”. Aquí Justiniano Estévez Aristy, hace uso del realismo literario, patéticamente como un pintor de mudas expresiones de imágenes de melodramáticas realidades, va presagiando lo que le espera a la familia de los hacendados que mantenían el dominio de su finca.
La prosa se convierte en versos. Se concatena entre el abecedario esculpido en silabas vibrantes, que se mueven por si solas como el teclado sonoro del clavicordio de la abuela; o como el teclado sonoro cuyas notas saltan alegremente con la sinfonía de la poesía de Estévearistiniana inserta en el Zorongo Azul.
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